sábado, 6 de febrero de 2010

Haití: La maldición blanca > > Eduardo Galeano



 El primer día de este año, la libertad cumplió dos
 siglos de vida en
 el mundo. Nadie se enteró, o casi nadie.
 Haití fue el primer país donde se abolió la
 esclavitud. Sin embargo,
 las enciclopedias más difundidas y casi todos los textos
 de educación
 atribuyen a Inglaterra ese histórico honor. Es verdad que
 un buen día
 cambió de opinión el imperio que había sido campeón
 mundial del
 tráfico negrero; pero la abolición británica ocurrió en
 1807, tres
 años después de la revolución haitiana, y resultó tan
poco convincente
 que en 1832 Inglaterra tuvo que volver a prohibir la
 esclavitud.
 Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. Desde hace dos
 siglos, sufre
 desprecio y castigo. Thomas Jefferson, prócer de la
 libertad y
 propietario de esclavos, advertía que de Haití provenía
 el mal
 ejemplo; y decía que había que “confinar la peste en
 esa isla”. Su
 país lo escuchó. Los Estados Unidos demoraron sesenta
 años en otorgar
 reconocimiento diplomático a la más libre de las
 naciones. Mientras
 tanto, en
  Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la
 violencia.
 Los dueños de los brazos negros se salvaron del
 haitianismo hasta
 1888. Ese año, el Brasil abolió la esclavitud. Fue el
 último país en
 el mundo.

 Haití ha vuelto a ser un país invisible, hasta la
 próxima carnicería.
 Mientras estuvo en las pantallas y en las páginas, a
 principios de
 este año, los medios trasmitieron confusión y violencia y
 confirmaron
 que los haitianos han nacido para hacer bien el mal y para
 hacer mal
 el bien.
 Desde la revolución para acá, Haití sólo ha sido capaz
 de ofrecer
 tragedias. Era una colonia próspera y feliz y ahora es la
 nación más
pobre del hemisferio occidental. Las revoluciones,
 concluyeron algunos
 especialistas, conducen al abismo. Y algunos dijeron, y
 otros
 sugirieron, que la tendencia haitiana al fratricidio
 proviene de la
 salvaje herencia que viene del Africa. El mandato de los
ancestros.
  La
 maldición negra, que empuja al crimen y al caos.
 De la maldición blanca, no se habló.

 La Revolución Francesa había eliminado la esclavitud,
 pero Napoleón la
 había resucitado:
 –¿Cuál ha sido el régimen más próspero para las
colonias?
 –El anterior.
 –Pues, que se restablezca.
 Y, para reimplantar la esclavitud en Haití, envió más de
 cincuenta
 naves llenas de soldados.
 Los negros alzados vencieron a Francia y conquistaron la
 independencia
 nacional y la liberación de los esclavos. En 1804,
 heredaron una
 tierra arrasada por las devastadoras plantaciones de caña
 de azúcar y
 un país quemado por la guerra feroz. Y heredaron “la
 deuda francesa”.
 Francia cobró cara la humillación infligida a Napoleón
 Bonaparte. A
 poco de nacer, Haití tuvo que comprometerse a pagar una
 indemnización
 gigantesca, por el daño que había hecho liberándose. Esa
 expiación del
 pecado de la
  libertad le costó 150 millones de francos oro. El nuevo
 país nació estrangulado por esa soga atada al pescuezo:
 una fortuna
 que actualmente equivaldría a 21,700 millones de dólares
 o a 44
 presupuestos totales del Haití de nuestros días. Mucho
 más de un siglo
 llevó el pago de la deuda, que los intereses de usura
 iban
 multiplicando. En 1938 se cumplió, por fin, la redención
 final. Para
 entonces, ya Haití pertenecía a los bancos de los Estados
 Unidos.
 A cambio de ese dineral, Francia reconoció oficialmente a
 la nueva
 nación. Ningún otro país la reconoció. Haití había
 nacido condenada a
 la soledad.
 Tampoco Simón Bolívar la reconoció, aunque le debía
 todo. Barcos,
 armas y soldados le había dado Haití en 1816, cuando
 Bolívar llegó a
 la isla, derrotado, y pidió amparo y ayuda. Todo le dio
Haití, con la
 sola condición de que liberara a los esclavos, una idea
 que hasta
 entonces
  no se le había ocurrido. Después, el prócer triunfó en
 su
 guerra de independencia y expresó su gratitud enviando a
 Port-au-Prince una espada de regalo. De reconocimiento, ni
 hablar.
 En realidad, las colonias españolas que habían pasado a
 ser países
 independientes seguían teniendo esclavos, aunque algunas
 tuvieran,
 además, leyes que lo prohibían. Bolívar dictó la suya
 en 1821, pero la
 realidad no se dio por enterada. Treinta años después, en
 1851,
 Colombia abolió la esclavitud; y Venezuela en 1854.


 En 1915, los marines desembarcaron en Haití. Se quedaron
 diecinueve
años. Lo primero que hicieron fue ocupar la aduana y la
 oficina de
 recaudación de impuestos. El ejército de ocupación
 retuvo el salario
 del presidente haitiano hasta que se resignó a firmar la
 liquidación
 del Banco de la Nación, que se convirtió en sucursal del
 Citibank de
 Nueva York. El presidente y todos los demás
 negros tenían la entrada
 prohibida en los hoteles, restoranes y clubes exclusivos
 del poder
 extranjero. Los ocupantes no se atrevieron a restablecer
 la
 esclavitud, pero impusieron el trabajo forzado para las
obras
 públicas. Y mataron mucho. No fue fácil apagar los fuegos
 de la
 resistencia. El jefe guerrillero, Charlemagne Péralte,
 clavado en cruz
 contra una puerta, fue exhibido, para escarmiento, en la
 plaza
 pública.
 La misión civilizadora concluyó en 1934. Los ocupantes se
 retiraron
 dejando en su lugar una Guardia Nacional, fabricada por
 ellos, para
 exterminar cualquier posible asomo de democracia. Lo mismo
 hicieron en
 Nicaragua y en la República Dominicana. Algún tiempo
 después, Duvalier
 fue el equivalente haitiano de Somoza y de Trujillo.

Y así, de dictadura en dictadura, de promesa en traición,
 se fueron
 sumando las desventuras y los años..
 Aristide, el cura rebelde, llegó a la
 presidencia en 1991. Duró pocos
 meses. El gobierno de los Estados Unidos ayudó a
 derribarlo, se lo
 llevó, lo sometió a tratamiento y una vez reciclado lo
 devolvió, en
 brazos de los marines, a la presidencia. Y otra vez ayudó
 a
 derribarlo, en este año 2004, y otra vez hubo matanza. Y
 otra vez
 volvieron los marines, que siempre regresan, como la
 gripe.
 Pero los expertos internacionales son mucho más
 devastadores que las
 tropas invasoras. País sumiso a las órdenes del Banco
 Mundial y del
 Fondo Monetario, Haití había obedecido sus instrucciones
 sin chistar.
 Le pagaron negándole el pan y la sal. Le congelaron los
 créditos, a
pesar de que había desmantelado el Estado y había
 liquidado todos los
 aranceles y subsidios que protegían la producción
 nacional. Los
 campesinos cultivadores de arroz, que eran la mayoría, se
 convirtieron
 en mendigos o balseros. Muchos han ido y siguen yendo a
 parar a
  las
 profundidades del mar Caribe, pero esos náufragos no son
 cubanos y
 raras veces aparecen en los diarios.
 Ahora Haití importa todo su arroz desde los Estados
 Unidos, donde los
 expertos internacionales, que son gente bastante
> distraída, se han
> olvidado de prohibir los aranceles y subsidios que protegen
> la
> producción nacional.


 En la frontera donde termina la República Dominicana y
 empieza Haití,
 hay un gran cartel que advierte: El mal paso.
 Al otro lado, está el infierno negro. Sangre y hambre,
 miseria, pestes.
 En ese infierno tan temido, todos son escultores. Los
 haitianos tienen
 la costumbre de recoger latas y fierros viejos y con
 antigua maestría,
 recortando y martillando, sus manos crean maravillas que se
 ofrecen en
 los mercados populares.
 Haití es un país arrojado al basural, por eterno castigo
 de su
 dignidad. Allí yace, como si fuera chatarra. Espera las
 manos de

2 comentarios:

Rivera Fotografía MANTA 0991067531 dijo...

EXELENTE POST. HE LEIDO EL LIBRO DE GALEANO DE LAS VENAS ABIERTAS... Y ME PARECE SENSACIONAL... MUY BUEN POST LAURITA. CUIDATE MUCHO

ONÍRICA ZEN dijo...

Carlitos! quería dejarte un comentario en tu blog, por lo de las comidas pero no puedo dejarlo desde que cambiaste el cartelito de los comentarios.
Espero que lo leas, me gustaria probar todas esas cosas ricas, te lo cambio por un asaso, si quieres hacer el cambio.... Que rico!!!
Bueno quizás algun dia. Un abrazo