domingo, 5 de julio de 2009

ASUNTOS DE MUJERES....


Cocineras inexpertas
Escrito por Carolina Aguirre Sección: Mujeres fantásticas

Las mujeres que somos buenas en la cocina tenemos un cierto desprecio por las que no saben cocinar. Cada vez que nos preguntan como se hace un omelette o qué es la salsa blanca, sentimos que nos clavan un puñal. No nos importa sin son físicas nucleares, madres perfectas o neurólogas. Si no saben cocinar, para nosotras son un desastre.

Hasta el día de hoy, mi madre y yo compartimos el hábito de la burla gastronómica. Nos encanta reírnos de las mujeres que cuentan, todas exaltadas y orgullosas, como hicieron un bizcochuelo de cajita. Es tanto el escozor que nos provocan, que lejos de rechazarlas las buscamos para tirarles de la lengua. Queremos que nos cuenten su odisea culinaria para poder llorar de risa y preguntarles, con detalle morboso, cómo hicieron para cortar la torta al medio, rellenarla con dulce de leche y espolvorearla con esas granitas de colores nauseabundas que tanto les gustan.

Es verdad que relacionar a las mujeres de forma tan íntima con la comida, es, en parte, un pensamiento retrógrado y machista. Pero no es una elección. Para nosotras, la mujer que no sabe cocinar es motivo de burla Cocinar para otros es una prueba de amor y si uno quiere a su familia, aunque sea cada tanto, tiene que darle una rica ensalada o una buena milanesa.

Todo de lata
La vaga, por ejemplo, ni sabe ni le interesa cocinar. Te lo dice clarito: no agarra una batidora ni que le apunten con un revólver. Prefiere ver la tele, pintarse las uñas, dormir la siesta, hablar por teléfono con una amiga antes de agarrar una sartén. Después de todo, para eso existen los congelados.

Sus hijos, sin ir más lejos, no conocen otra comida que no sean patitas de pollo prefritas, las salchichas y los fideos con manteca . Lo único verde que comieron en su vida fueron sus propios mocos durante un resfrío. Es habitual que su suegra, alertada por el semblante gris mortecino de sus nietos, la hostigue con que hierva unas verduritas y que ella insista con que eso es muy difícil y se ría como si les estuviera pidiendo que escale la cordillera. ¡Y lo bien que hace! Si sus hijos llegaran a ver un pollo al horno entero o un pescado, se tirarían debajo de la mesa para protegerse de ese alien o se pondrían a llorar pensando que su madre ha matado un perro.

¿Una cucharadita de té, de café, de postre, de sopa?
La bruta tampoco entiende nada de cocina, pero no se resigna. Cada vez que ve una comida por la televisión, anota la receta en un cuadernito minuciosamente pensando que esta vez sí le va a salir bien.

Sin embargo, es tal su ineptitud que ante la duda, no puede razonar ni aplicar el sentido común. Cree que si pone un centímetro cúbico más de aceite la comida puede llegar a arruinarse por completo. Necesita indicaciones, cantidades y medidas tan precisas que finalmente le terminás dictando mientras cocina por teléfono. ¿Cuánto es un chorrito? ¿Aceite de girasol es lo mismo? ¿Manteca da igual? ¿Crema también? ¿Lo pongo antes o después de que hierva el agua? ¿Lo “revuelvo todo” o “así nomás”?

Total, en la panza todo se mezcla
La chancha es otra que no tiene sentido común, sólo que no se da cuenta y no puede contolar su pasión por cocinar mezclas macabras. Para el cumpleaños de su hijo hace una torta rellena con mermelada de damasco y cubierta con dulce de leche y granas porque es lo que tenía en la heladera. Si le avisan que eso no queda bien, se encoge de hombros y dice que a ella le parece que sí.

Es desprolija y la comida siempre le chorrea, se le abre, se le desarma al desmoldar. Los bordes de sus platos están siempre sucios con salsa, al igual que sus delantales. Además, hace su propia cocina fusión: le pone calditos saborizadores a todo, hace un rogel con tapas de empanada, sazona con “adobo para pizza” cualquier cosa (es la reina del orégano seco y del puré de tomate), sirve las ensaladas todas revueltas, mezcla la salsa con las pastas en una fuente y ofrece tortas mal desmoldadas porque total “es rico lo mismo” y “en la panza, todo se mezcla”.

Las mías son mejores
La bocona está tan convencida de su destreza para la cocina que ni siquiera cuando está en una cena, comiendo un plato elaborado por otra persona, puede dejar de alabar sus dotes culinarias. “Cuando pruebes el matambre que yo hago...”, “los panqueques son mi especialidad” “yo también hago empanadas árabes, pero con la masa original”, “tenés que mojar el molde para que no te pase eso, yo la hago siempre así y me sale perfecta”.

Incluso tiene adiestrada a su familia para que corrobore, con idéntico entusiasmo, su expertise culinaria en público. Sin embargo, tarde o temprano siempre pasa, que luego de un tiempo escuchando sobre sus deliciosos platos, por fin tenemos ocasión de probarlos y comprobar, no sin asombro, que son un cachivache amateur. Matambres sin relleno (A cualquiera le queda impecable un matambre si está vacío), tortas comunes (Qué genia, hiciste una Chocotorta), panqueques gruesos como piononos (Que si se llegan a caer son tan pesados que abren una escotilla en el piso) y empanadas árabes con masa gomosa de pan lactal (que ella describe como esponjosa y suavecita). Cosas que, para su familia y amigos son una pequeña maravilla, pero para los demás no valen nada.

Las hizo mi mujer...
La durita no supo por dónde se agarraba una sartén hasta que se casó y trató de ser la esposa perfecta. Ese día se compró varios libros de cocina y memorizó cuatro recetas pavas que todavía hace, temblorosa y alerta, como si fueran cirugías a corazón abierto. Su esposo —que no quiere asumir que se casó con una mujer a la que hacer un canelón la supera— se cree que por no haber incendiado la casa con el hornito eléctrico, su esposa es Savarin.

Cada vez que hace un budín de vainilla, el señor aclara que “lo hizo todo ella” como si nosotros fuéramos a hacer la ola porque la mamerta por fin pudo sacar algo del horno sin prender fuego el edificio.

Además, siente la cocina como una tarea tan difícil sirve un flan común de lo más nerviosa, mientras le avisa a la gente que es la primera vez que lo hace y que no sabe como saldrá. Y si cometés la imprudencia de elogiarle el plato, te ofrece la receta. ¡La receta! ¿Para qué voy a querer una receta de de flan? ¿Cómo va a salir mal si sólo es leche con huevo? ¿No querés pasarme la receta de huevo frito y de ensalada mixta? ¿Tendrás idea cómo se hacen las tostadas, como se unta mermelada y como se bate un poco de crema? Mejor no me ofrezcas recetas. Mejor guardalas en un cuadernito así mi abuela, mi mamá y yo tenemos de qué reírnos en Navidad.

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